La remolacha es una planta cuyo cultivo requiere un gran aporte de agua (de 600 a 700 mm). En caso de que la lluvia no sea suficiente para satisfacer sus necesidades, se puede compensar el déficit hídrico mediante un sistema de riego. Los suelos ligeramente alcalinos son los más adecuados para el cultivo de la remolacha, en particular, aquellos con tendencia limosa o ligeramente arcillosa. El cultivo de la remolacha azucarera encaja bien en una dinámica de rotación de cultivos y, por lo general, conviene dejar un mínimo de cuatro años entre cada cultivo.
En el cultivo no irrigado, la productividad de la remolacha puede verse gravemente afectada con una disminución en el rendimiento del azúcar de hasta más del 50 % en caso de sequía prolongada. En suelos poco profundos con bajas reservas, el riego es obligatorio.
Además, el estrés hídrico disminuye la calidad del cultivo y afecta seriamente a la extracción del azúcar.
Se recomienda el riego con pivotes o rampas de pequeño tamaño.